3/10/13

"Chantajes"

-¡Aquí está! tu limonada caliente con dos cucharadas de azúcar. Tómalo con esta pastilla. -Gracias Osquitar, tú siempre tan lindo conmigo. -¿Cómo sigues? -Ya mucho mejor, con esto me pasará. Gracias. -De nada ¿y con quién chateas? -Con un amiga. Es sobre el trabajo que nos dejaron ¿ya lo hiciste? -Sí, ¿y tú? -Ayúdame a terminarlo ¿quieres? -Pero está jugando el Real Madrid y... -¡Anda no seas malito! -Pero... -Ya, está bien. No lo hagas. Gracias Oscar. -Pero te voy a ayudar. -No, ya no quiero. -Ya, dime en qué te ayudo. ¿Me vas a decir? -Es que recién iba a comenzar. -¡Asu! ¿Es enserio? -Sí, pero no te molestes. Eso es fácil. Tú lo terminas rápido. -Bueno, te daré mi trabajo ya terminado, pero le cambias algunas palabras. -Ay, gracias. No sé qué haría sin ti. -Pero le cambias las palabras porque si no nos van a descubrir. -De eso quería hablarte. -¿Qué pasó? -Lo que pasa es que sabes muy bien que no soy muy buena en eso. -Acaso ¿quieres que te lo corrija todo? -Anda porfa. -Pero es que voy hacer todo el trabajo. -Ya pues Osquitar, no seas así. Ayúdame ¿sí? -Bueno, está bien. No sé cómo logras convencerme. -Es que me quieres. Acéptalo. -Sí, creo que tienes razón. -¿Me quieres o no? Dilo. -Sí, te quiero mucho. -¡Qué lindo!

2/10/13

"Skipper: Parte II"

Contamos las monedas y los billetes, nos mudamos a una casa más grande y ya nos encontrábamos en la gran ciudad. Solamente faltaba encontrar las bacantes para tres alumnos en un mismo colegio y, lo más importante para nosotros desde que llegamos, comprar una mascota. La expectativa crecía mientras nos acercábamos a aquella veterinaria, la primera en visitar. Con el dinero del chanchito, convertido en billetes grandes por orden de mi papá, entramos a la tienda y lo primero que vimos fue a dos cachorros encerrados en sus respectivas jaulas. Estos eran de pelaje negro pero con una mancha blanca en su pecho, tenían las orejas grandes y el olor que emanaban hacía notar que habían sido recién bañados. Cocker, dijo el empleado de la tienda. También nos menciono que esos cachorros eran hermanos y tenían apenas dos meses de nacido. Mis hermanos y mis padres acariciaban el suave cuerpecito del cachorro más grande y robusto; yo, sin embargo, y dando la contra como siempre, acariciaba al más pequeño y enjuto, me compadecía por él, sentía que algo de mí tenía aquel cachorro. Su mirada reflejaba tristeza perruna, lo miraba como diciéndole que no haga caso a lo que decía mi familia, que no esté celoso porque al quien íbamos a llevar a casa sería el que yo eligiría, por ser el hermano mayor y quien se encargaría de cubrir sus necesidades básicas. Me equivoqué. La mayoría votó por el gordito y, dicho esto, mi yo en perro tuvo que resignarse a seguir esperando en la estrecha jaula hasta que alguien viniera por él. Finalmente, mi papá, al preguntar por el precio del cocker elegido, se quedó sorprendido por lo caro que era su costo. Estoy seguro que mis hermanos al igual que yo, al ver que el dinero ahorrado no era suficiente para cubrir con la caprichosa compra, mi papá declinaría con la oferta y, resignados, nos marcharíamos en busca de otra mascota. Sin embargo, papá pagó el resto del dinero que seguro fue más de la mitad, nunca lo supimos, y le dijo al vendedor que volveríamos al día siguiente por Skipper.