27/8/13

"Los Peloteros"

Me gusta el fútbol. Lo juego desde que tengo uso de razón. Fui de esa clase de niños inquietos que en reuniones, sea cumpleaños o alguna festividad, armaba los equipos en compañía de otros niños peloteros como yo. Por suerte siempre había alguien que llevaba un balón, como si se tratase de un teléfono celular. De no ser así comprábamos una gaseosa personal, lo tapábamos bien para que no se saliese el aire y empezábamos con nuestro objetivo: divertirnos de verdad. Y entonces corría la pelota. Jugábamos como si se acabase el mundo. Como si ese día iba a ser nuestro último partido. Nuestros pequeños pulmones soportaban todo esfuerzo físico que, de pronto, sería interrumpido con una llamada de atención por parte de una de las mamás de alguno de nuestros jugadores. Y así acababa la diversión para darle paso al suplicio, al tormento, a la tortura china: bailar frente a todos. Luego de comentar las mejores jugadas del partido, mientras lavábamos nuestras sucias caras, y de habernos sentado lejos de la multitud, escuchábamos una voz –habría de ser una de nuestras madres– que nos ordenaba a bailar. Fue así que una larga fila, conformada por los respetables peloteros y yo, se encontraba frente a frente con la fila de las niñas quienes, bien coquetas, se movían al ritmo de la música. Pero nosotros no encontrábamos el ritmo o al menos eso era lo que nos decían. Y en ese momento de presión, incomodidad y cierto grado de angustia, lo único que deseaba es que un apagón acabara con la música para continuar jugando.

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