Era mediodía y me encontraba en el paradero, ubicado en la gran avenida frente a los viejos edificios. Hacía mucho calor y, por ende, sudaba sin cesar. Pero nada impedía continuar con mi estado de total alegría y emoción que sentí desde que llegué a esa ciudad, lugar donde viví mis mejores años. Donde en cada esquina, cada calle, cada tienda tiene impregnado recuerdos, que aún, no habían sido borrados. Y ahí estaba yo, frente a los viejos edificios, esperando poder reconocer a alguien de aquel tumulto de gente que salía del autobús. Después de resignarme a no reconocer a nadie, entré al colorido autobús y me senté en la parte posterior. Al fondo, lejos de los pasajeros. ¿Mi destino? Sorprender a quien alguna vez fue mi jefa, en el local de la estación de radio donde trabajaba. Pues así como días antes sorprendí a mi amiga, mientras ella trabajaba en la misma tienda, quise hacer lo mismo con la locutora. Camino a la radio, sentado frente a la ventana del lado izquierdo, tomé mis audífonos de mi bolsillo derecho y seleccione una canción desde mi reproductor de música. Sin hacer caso a lo que ocurría alrededor, pude observar como el cobrador, del colorido autobús, abría y cerraba la boca. Parecía que estaba gesticulando palabras. No lo sé. El caso es que no escuchaba nada que no fuera mi música. Mientras me cuidaba de no cantar, siquiera en voz baja, y visualizando la manera con la cual sería recibido en mi anterior lugar de trabajo, sentí de pronto algo extraño. Era una pistola apuntándome un costado del abdomen.
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