El pasado viernes, mientras
escribía memorables líneas, me contaron que era trece. Sí, ¡viernes trece! Día
de la mala suerte. Casualmente ese día celebrara, para mis adentros, mi primer
trabajo como escritor, sin sueldo alguno y de lectores ni uno. Pero estaba
celebrando. Que mayor celebración, para mí, que estar acompañado de las
personas que quiero y que, de forma sincera e incondicional, me quieren
también. Y si preguntan si salí, pues sí. Un par de veces salí a comprar pan y
algunos productos de limpieza. El caso es que estaba yo ahí, pensando cómo es de irónica la vida y que tan bien diseñadas son las
coincidencias. Yo creo que es el destino, un mensaje de allá arriba. Pero que
mensaje podría ser que mi primer aniversario, como escritor sin sueldo y sin
lectores, sea elegido un viernes trece. Pero eso no es todo. A ver si se
sorprenden igual que yo. Ahí les va. Un sueño que, como rara vez, logré
recordar, fue motivo para agarrar mi lapicero (de modo inerte o en piloto
automático, para que sea mejor entendido) y escribir unas palabras con la
ilusión de que fueran leídas por mis amigos: los protagonistas de mi sueño.
Luego de resignarme, a lo que al parecer no fue leído por ellos, entonces seguí
en la aventura de escribir temas entretenidos, diálogos divertidos, historias
ejemplares y, de vez en cuando, anécdotas personales. La parte donde se
sorprenden viene a continuación. El día que comencé a escribir, sin darme
cuenta del calendario, fue un martes trece. Otro día de mala suerte.
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